Hoy mi objetivo parece sencillo pero para mí es lo más complicado del mundo. Deseo que me acompañen a aprender a hablar.
Soy una enamorada de las palabras y desde pequeñita me he sentido acompañada y he disfrutado jugando con ellas.
Pero siempre ha sido sobre papel. Escribir con papel y lápiz tiene la gran ventaja de que podemos borrar, volver a escribir y volver a borrar, y romper la página.
Desde que uso computadoras la cosa se hizo aún más fácil. Escribo y borro, paso correctores para eliminar los errores de tipeo, y cuando entrego mi nota periodística siento que expresé claramente lo que quería decir.
Pero con un micrófono adelante la cosa cambia. Tienes que ser capaz de hilar bien las ideas, de hablar al ritmo justo, de atraer a tus oyentes sin fastidiarlos, sin aturdirlos, sin agraviarlos. Y eso es algo que me ha costado toda la vida.
Cuando estudiaba periodismo y luego cuando comencé a ejercer, admiraba a los colegas que eran capaces de salir al aire, en vivo, hablando frente a un micrófono con miles de personas escuchando.
Ellos conversan, pregunta, hacen anuncios publicitarios sin equivocaciones, sin que se les note en la voz la emoción, el nerviosismo, o el desvelo por una fiesta de anoche o por no haber pegado un ojo por cuidar al hijo enfermo.
Yo en ese sentido soy muy transparente y se me nota todo. Y eso lo veía como un grave defecto que eliminaba cualquier posibilidad de trabajar en radio o en televisión, expuesta a la vista de todos.
Pero con la salida de estas maravillas tecnológicas que permiten grabar con el mismo teléfono que usas para todo lo demás me dije ¿por qué no darme la oportunidad de hablar, de escucharme a mí misma y dejar que me escuchen?
No con la palabra escrita, que manoseo mucho antes de publicar, sino verbalizando esta cadena de ideas que pasan por mi cabeza.
Pensaba que en mi caso, las palabras están metidas como en una especie de embalse, y se quedan allí flotando en ese gran reservorio de recuerdos, de sensaciones y cuando salen por la represa las despido con tal potencia, con tanta emoción que o no se entienden, o salen con tanta fuerza que hieren y molestan. Y es el deseo contrario de lo que deseo expresar.
Otra necesidad, además de graduar la intensidad de mis frases, es aumentar mi atención en lo que digo.
Yo trastabilleo, gagueo, uso muletillas cuando hablo porque me despisto, porque tengo tantas cosas en la cabeza orbitando al mismo tiempo -quizás a alguno de ustedes también les ocurra- que cuando tengo que abrir la boca me desenfoco. Digo ummm, entonces, o sea, y no expreso lo que deseo, con la intensidad debida y sobre todo con la emoción que acompaña al verbo.
Suelo hablar muy golpeado. Parece que escupo palabras, que golpeo con las oraciones. Y aunque tengo muy mal carácter eso no significa que deseo andar con la vida agrediendo a los demás.
Todo lo contrario. En mi día a día me paseo por todas las emociones. A veces estoy embargada por la tristeza, por el miedo, por la rabia, pero también siento alegría y amor. Pero lo que sale de mis labios son como dardos emocionales pegan duro.
Por eso en este primer ejercicio del podcast quiero comenzar el camino de aprender a hablar. Aprender a hablar sin miedo, aprender a hablar sin vergüenza, del que dirán.
También me interesa aprender a aceptar mi propia voz, que no me gusta.
Como les pasa a absolutamente a todos, una cosa es como uno se escucha. La voz adentro suena distinto. En mi caso creo que tengo la voz más melodiosa y grave, y cuando la escucho grabada me parece un horror.
Siempre me pasa que cuando hago alguna entrevista y tengo que transcribir y escucho la grabación me muero de la vergüenza. El entrevistado expresa divinamente sus ideas y me escucho con mi voz mamarracha intentando preguntar torpemente alguna cosa y me suela horrible. Y allí me digo mejor me callo y me dedico a escribir.
Y así ha sido. Pero hoy decidí que debo superar ese miedo. Y la única manera de superar los miedos es enfrentándolos. Tengo muchos años de terapia encima para saberlo. Y simplemente hay que atreverse.
En este momento estoy encerrada en casa en el medio de una pandemia, sin micrófono, sin equipos, con mis hijas haciendo ruido en la habitación de al lado, es decir, en las peores condiciones para garantizar un buen sonido, y aun así pienso que es el momento de comenzar a hablar
Un poco temerario y emotivo, pero ya me siento más tranquila. Siento que las ideas comenzaron a fluir y no tengo la sensación de volcán que a veces siento en la boca. Esos días cuando la abro lo que sale es lava.
Y no. Eso ya no me sirve. No tengo que usar el verbo como un arma para atacar. Quiero que de mi boca salgan reflexiones, cuentos, anécdotas, pinceladas de mi vida que no es muy distinta a la de la mayoría.
Soy Mariángela Velásquez y eso es Palabra Franca.